La edad de oro…?

En las antiguas civilizaciones, los ancianos tenían un importante papel en la toma de decisiones. Difícilmente se adoptaba una decisión familiar y mucho menos comunitaria si los ancianos no eran escuchados y aún más si no se contaba con su aprobación. Era la experiencia que habían acumulado a lo largo de sus vidas la que daba valor y garantía a su opinión.

Incluso, desde el punto de vista político, los ancianos locales e incluso comarcales constituían una especie de senado que debía ser consultado. En algunos regímenes estaba legalmente constituido y obligada, con este carácter legal, su intervención y opinión. Seguramente, cuando lo vemos en la Historia, pensamos que las cosas sucedían mansamente aunque hay que suponer que siempre los humanos tuvieron intereses y que estos generan, por lo regular, desacuerdos y tensiones. En todo caso la experiencia tenía un importante papel. Hacer las cosas como siempre y con el mismo modelo no es precisamente un acelerador de cambios.

En nuestra actual cultura las cosas no circulan del mismo o parecido modo. En los últimos 70 años el cúmulo de cambios sociales, económicos, morales y culturales ha sido tan radical y sobre todo tan rápido, que nada es como fue y nada acontece del mismo modo. Nadie, o muy pocos, atesoran una experiencia que sea considerada válida y como lección aprendida en sucesos o casos anteriores y que sea modelo de los que acontece o puede acontecer. Todo es nuevo, pero no nuevo por diferencia con lo que paso anteayer, sino con lo de ayer mismo.

Los ancianos, los viejos, los jubilados, los abueletes, los … tiene poco terreno de juego en el que participar en su actuación, pocas historias prácticas que contar, pocos momentos vividos en similitud con lo que ahora pasa, poca memoria histórica que blandir, pocas anécdotas que sean reveladoras, pocas fábulas con moraleja, poca tradición que pueda ser admitida. Ante esta situación, ¿qué hacen los viejos?, ¿qué papel juegan?, ¿cómo encajan en el edificio social?. Seguramente hay tantas respuestas como número de viejos porque cada caso es un caso, pero han perdido lo más valioso que tenían, una experiencia válida.

Pueden que hayan perdido valor en la esfera laboral y en la de la experiencia vital pero aún quedan otras áreas; la moral, la familiar, la tradición, la religiosa, la de los usos y costumbres, etc, etc.

Pero si examinamos cada una de las enumeradas y seguramente algunas más, podemos preguntarnos: ¿admiten esos años alguna comparación entre lo que es y lo que fue?. Hagámoslo detenidamente o mejor someramente: la moral retraída y prohibicionista que fue y la abierta y relajada que es. La figura patriarcal de la cabecera familiar y la diáspora actual derivada de la propia globalización. Incluso las propias tradiciones en fiestas, festejos y celebraciones y el actual resurgir de esas tradiciones de hoy en día recurriendo a los aspectos más primitivos y a la llamada economía del turismo. La, con frecuencia, irracional religiosidad de antaño, con más temor que amor a Dios y el abandono actual de la idea religiosa y de su trascendencia. Y en el amor, la unión de sexos, las relaciones de pareja, la de ésta con sus ascendientes y descendientes, ¿admiten siquiera comparación?.

Y los viejos, ¿qué piensan?, ¿cómo lo admiten?. Seria este asunto motivo de una nueva y larga reflexión que tendría de nuevo tantas derivaciones y diferencias como personas, actitudes y problemas individuales. Pero los mayores, los ancianos, como cualquier persona, aunque a otra escala, tienen vida, mientras tengan algo que hacer, algo que esperar, alguien a quien creer, alguien a quien querer, alguien…

 

Pedro Llorente Martínez

 

 

2015-10-02T12:17:57+02:00